Mi lugar favorito



Recuerdo que a partir de que cumplí alrededor de ocho años en adelante, escribí tantas cartas de amor a mi mamá como Florentino Ariza a Fermina Daza. Solo por si alguien me quiere tachar de mentirosa, por ahí las tiene ella guardadas en cajoncitos bajo llave. Era casi que un ritual anual por su cumpleaños dejar posar sobre el papel mis admiraciones y desbordantes halagos. Con cada carta que le entregaba, ella replicaba que tanta belleza en mis palabras solo las decía porque ella era mi madre y no porque fuese así. Pero la verdad por sí sola la develaba el ahínco con que mi crayola escribía sobre el papel.
Su segundo nombre es Cecilia, y es con el que la doy a conocer a mi mundo en sociedad. Hace 56 años abrió por primera vez sus ojos verdes, verde vida, verde naturaleza, mi verde favorito. Se declara amante del color rojo, lo cual denota con vehemencia su pasión por la vida y por todo lo que la rodea. Hoy, como cuando era niña, vuelvo a escribirle con la misma fuerza y exageración mis sentimientos.
Es su primer cumpleaños sin que físicamente esté a su lado, pero todo está bien, eso no significa que me haya muerto y que mis palabras de Sábado Santo provengan del más allá. Solo sucede que a mis veintisiete años rompí el cordón umbilical, salí de casa con dos maletas de 23 kilogramos y me fui al otro lado del charco a cumplir unos cuantos sueños. Aunque ya no escriba con crayones, lo sigo haciendo con el mismo amor con que mi primera receptora de cartas lo recibía. Por supuesto, el segundo motivo de las famosas cartas era que no tenía plata, porque desde esa edad siempre creí que lo que no resolvía el dinero, lo resolvían las letras. Aquí sigo, engañada o no creyendo lo mismo.
A ella le heredé la pasión por la lectura, pero sobre todo le heredé la costumbre de reír, ¿de qué? pues de todo. Un día que caminábamos en medio de un aguacero con una sombrilla empanadera, hubo un ventarrón tan espantoso que la sombrilla se volteó y naturalmente sucedieron dos cosas: la primera sería emparamarnos hasta el ombligo, la segunda sentarnos en un andén a destornillarnos de la risa. No fuimos capaces ni de enderezar la sombrilla, ni mucho menos de parar de reír.
Aunque todos los días hablemos y nos veamos por teléfono más de una hora; un día de tantos, entre charla y charla, me confesó que lloró durante un mes cuando me fui de casa. Mientras lavaba las sábanas, cortaba las papas del almuerzo, leía un libro, comía huevo al desayuno o simplemente cuando miraba a un punto fijo y yo no estaba. Ese día también lloré. A diferencia de ella, yo solo lo he hecho dos veces, la primera cuando me subí al avión que iba rumbo a Madrid y la segunda el día de su confesión. La tercera probablemente sea el día que nos volvamos a encontrar en el aeropuerto La Nubia de Manizales, sin que nadie le asegure que no volveré a partir; porque como ella misma diría: "esa es la ley de la vida". Lo único que le puedo asegurar, es que ella siempre será mi lugar favorito en este mundo, sí, como dice la letra de la canción.



Comentarios

  1. Que lindo escrito. Espero la continuación

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  2. Hola bubi.....eres genial nunca cambies.

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  3. Gas Me encantan todos tus escritos .. Como siempre son de admirar ¡¡

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