El occiso
Ilustración: Takato Yamamoto. — ¡Estoy hasta el cansancio! — se dijo Melita —, de expresarle mi amor a través de conversaciones melómanas, cinéfilas y literarias. —L e prosiguió un suspiro lleno de incertidumbre. Conservó la calma, o bien podría decirse, la ficción a la que le gustaba nombrar con esa palabra. —No te quiero —recordaba las palabras escritas en la conversación del chat. El desamor la tenía llena de salpullidos. La situación se había vuelto insoportable al punto en que su piel era su delator: los calmantes para el dolor le habían producido ictericia. No soportaría verlo a la cara una vez más. No soportaría que cuando él le dijera: “Mira ésta película”, “lee éste libro”, “vayamos juntos a la librería”, “escucha ésta canción”; las únicas palabras que vería salir de sus labios, serían “no te quiero”. El desamor no solo le pesaba toneladas, sino que la enfermedad se propagaba por todo su cuerpo. La piel amarilla empezaba a descascararse y por donde camin